domingo, 8 de agosto de 2010

LOS OTROS Y LA DEMOCRACIA

“Agárrense de las manos y saluden” gritaban los amigos para que los fotógrafos pudieran retratar el momento, mientras los demás asistentes, entre lagrimas y sonrisas hacían palmas y acompañaban a la pareja homosexual que acababa de recibir la libreta de matrimonio, ahora igualitario. La escena puede repetirse en cada Registro Civil de nuestro país a partir de la sanción de la Ley 26618 que habilita a personas del mismo sexo contraer matrimonio.
No estamos ante una “moda” ni un "capricho" de las autoridades de turno; sino que estamos en presencia de la prueba de fuego más grande que ha atravesado nuestro país. Hemos dicho y repetimos desde el año 1983, que nuestra sociedad es una en la que se respeta a los derechos humanos y ello también forma parte no solo del discurso oficial o político, sino también del discurso social cada vez que nos enfrentamos ante cualquier situación donde los derechos de alguien que sufre están en juego.
Pero….realmente respetamos los derechos humanos? Se ha dicho que "los derechos del hombre serán del hombre, cuando sean, de verdad, derechos del otro hombre" (1) Así entonces nos encontramos ante una disyuntiva personal, individual que conlleva un fuerte análisis intersubjetivo y que invito a que se realice; y nos preguntemos ¿yo respeto los derechos humanos mas allá de mi discurso?
Nos encontraremos entonces ante distintas situaciones complejas o conflictos éticos que deberemos resolver al preguntarnos, por ejemplo, si le reconozco a Videla o a Pinochet “sus” propios derechos humanos, es decir a que sea juzgado por un tribunal imparcial, evaluando las pruebas colectadas con total objetividad y aplicando el imperio estricto de la ley. Si mi respuesta es positiva, entonces recién allí podré afirmar que realmente respeto los derechos humanos, lo contrario sería transformarme en simple vengador de los que ha perdido la vida o los derechos y simplemente quiero cambiar el eje del poder, pero jamás podré decir que respeto los derechos humanos. Estaré disfrutando que ahora el poder ha cambiado de manos, pero eso es otra cosa.
Hablar de derechos humanos, vivenciarlo como una forma de vida organizada en sociedad es considerar la diferencia, aceptar que existen otros que viven y piensan de otra manera y que todos debemos sujetarnos al sistema democrático donde cada uno puede ejercer libremente sus derechos, pero que se acaban en el limite donde comienza el derecho de los demás. La democracia no es un ejercicio de libertad sin limites, al contrario, es limitarnos para poder vivir socialmente organizados y que todos tengan cabida en esta sociedad.
No puedo decir que no tengo problemas con los homosexuales, si no les reconozco sus derechos, asi como tampoco puedo decir que no tengo problemas con los judíos o los negros o los integrantes de los pueblos originarios, si solo forma parte de mi discurso y no les reconozco en el “dia a dia” sus derechos a vivir en sociedad. Si considero que todo los “otros”, los que piensen y vivan distinto deben vivir en un ghetto y recién allí podrían gozar de los derechos que quieran, deberé asumir que mi pensamiento se encuentra ubicado mas cerca del totalitarismo –por llamarlo elegantemente- que de un pensamiento democrático. Como dice Noam Chomsky "una libertad sin una opción real para ejercerla es un regalo del diablo". No puede formar parte de mi discurso aquello que realmente no lo reconocemos y solo lo utilizamos para "quedar bien".
Porque debemos considerar que “nosotros” también somos “los otros” para esos “otros”, y en esa puja de posesivos/posesiones, no solo se violan derechos humanos de “humanos”, sino también que se destruye la democracia que supimos conseguir allá por el año 1983.
Considerar que las personas del mismo sexo tienen derecho a contraer matrimonio, es considerar a esos “otros” con los mismos derechos que “nosotros”, y eso es lo más igualitario que puede existir en una sociedad democrática. Allí esta el desafío del que hablaba al principio, el de asistir a un proceso de transformación de una sociedad que había desarrollado la hipocresía de sostener por un lado a los “nosotros” y por otro lado a los “otros” con derechos diferentes.
Así el derecho conoció la figura legal de la manceba (concubina no declarada subsistiendo el matrimonio) y que era permitida solo en el caso del hombre; o el caso del actual art 259 del Código Civil que le niega la acción de la madre del hijo matrimonial para impugnar la filiación de su propio hijo porque ello sería un escándalo que atenta contra la propia mujer. Es decir que no se le reconoce a la esposa el derecho de optar por sus propios riesgos y debe permanecer callada y asi la ley presupone que ella continua careciendo de capacidad. En este ejemplo legal, ella y el supuesto padre biológico quien tampoco puede presentarse judicialmente a decirlo son “el otro”, mientras que el esposo (quien sí tiene la acción) es el “nosotros”.
Ahora no hay mas “los otros” y somos todos “nosotros” y realmente celebro estar viviendo en una época donde se ha dado un golpe mortal –desde la legalidad- al oscurantismo que nos sigue desde la Edad Media, y por fin podré asistir a la construcción de una sociedad verdaderamente democrática, donde “todos” podamos vivir en el marco de un Estado de Derecho. Donde no se presupone más el nene y la nena como pareja ideal, sino la libertad de que cada uno satisfaga sus deseos sexuales con la persona que elija, aun cuando sea de su mismo sexo, en tanto ésta acepte.
Donde el derecho a venir deberá transformar y recoger todo este cambio de paradigma y donde el aire ya no se respirará tan enrarecido con los tratos discriminatorios y tantas presiones sociales.
Bienvenidos estos nuevos aires y bienvenido este desafío desde lo personal y como integrante de la sociedad de esta hermosa Republica Argentina.
Bienvenidos a una nueva sociedad

(1) Graciano González Arnaiz, analizando el pensamiento de Emmanuel Lèvinas (1905-1995), "La desacralización de las víctimas. Notas sobre "maneras de pensar" la fundamentación de los derechos del hombre", en revista Anthropos, Nro.176, Barcelona, enero-febrero de 1998, pág.70.

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