miércoles, 16 de julio de 2008

Mas sobre FOUCAULT: LOS ANORMALES (III)

Tal como les anticipé en la primera entrada en relación con éste libro de Foucault, la que sigue es la ultima parte que reproduce el resumen que presentara al Collège de France y que luego tomara autonomía. Aqui podemos analizar entonces al último de los tres personajes presentados por el autor.
Queda pendiente a la reflexión de cada uno de nosotros, si en la sociedad actual se ha modificado esta critica que se hiciera a la sociedad francesa de entonces. O mas bien que sucede en la nuestra...

LOS ANORMALES: 3.-El onanista. Figura completamente nueva en el siglo XVIII. Aparece en correlación con los nuevos vínculos entre sexualidad y organización familiar, con la nueva posición del niño en medio del grupo parental, con la nueva importancia acordada al cuerpo y a la salud. Aparición del cuerpo sexual del niño.
De hecho, esta emergencia tiene una larga prehistoria: el desarrollo conjunto de técnicas de dirección de conciencia (en la nueva pastoral nacida de la Reforma y del Concilio de Trento) e instituciones de educación. De Gerson a Alphonse de Ligori, toda un cuadriculación discursiva del deseo sexual, del cuerpo sensual y del pecado de mollities (pereza, molicie) está asegurada por la obligación del testimonio penitenciario y de una práctica muy codificada de interrogatorios sutiles. Esquemáticamente, puede decirse que el control tradicional de las relaciones prohibidas (adulterio, incesto, sodomía, bestialismo) duplicó el control de la "carne" en los movimientos elementales de la concupiscencia.
Pero sobre este fondo, la cruzada contra la masturbación introduce una ruptura. Comienza estrepitosamente, primero en Inglaterra hacia 1710 con la publicación de Onanía, y sigue en Alemania antes de desencadenarse en Francia alrededor del 1760 con el libro de Tissot. Su razón de ser es enigmática pero sus efectos, innumerables. Unos y otros no pueden ser determinados sino tomando en consideración algunos de los rasgos esenciales de esa campaña. Sería insuficiente, en efecto, no ver en ella –y esto desde una perspectiva próxima a Reich que inspirado recientemente los trabajos de Van Hussel- más que proceso de represión ligado a las nuevas exigencias de la industrialización: el cuerpo productivo contra el cuerpo del placer. De hecho esta cruzada, al menos en el siglo XVIII, no toma la forma de una disciplina sexual general. Se dirige de manera privilegiada –si no exclusiva- a los adolescentes o a los niños, y más precisamente aún, a los de familias ricas o acomodadas. Ubica a la sexualidad, o al menos al uso sexual del propio cuerpo, en el origen de una serie indefinida de desórdenes físicos que pueden hacer sentir sus efectos sobre todas las formas y en todas las edades de la vida. La potencia etiológica ilimitada de la sexualidad, a nivel de los cuerpos y de las enfermedades, es uno de los temas más constantes no sólo en los textos de esta nueva moral médica, sino también en las obras de patología más serias. Si luego el niño se convierte por ellas en el responsable de su propio cuerpo y de su propia vida, en el "abuso" que él hace de su sexualidad, se acusa a los padres de ser los verdaderos culpables: deficiente vigilancia, negligencia, y sobre todo esa falta de interés por sus hijos, por sus cuerpos y sus conductas, lo que los lleva a confiarlos a nodrizas, domésticas, preceptores, todos esos intermediarios regularmente denunciados como los iniciadores del desenfreno (Freud comenzará allí su primera teoría de la "seducción"). A través de esta campaña se entrevé el imperativo de una nueva relación padres-hijos y, más ampliamente, una nueva economía de las relaciones intrafamiliares: solidificación e intensificación de las relaciones padre-madre-hijos (a expensas de las relaciones múltiples que caracterizarían la "casa grande"), inversión del sistema de obligaciones familiares (que antes iban de los hijos a los padres y que ahora tienden a hacer del niño el objeto primero e incesante de los deberes de los padres, asignándoles la responsabilidad moral y médica de todos sus descendientes), aparición del principio de salud como ley fundamental de los vínculos familiares, distribución de la célula familiar alrededor del cuerpo –y del cuerpo sexual- del niño, organización de un lazo físico inmediato, de un cuerpo a cuerpo padres-hijos donde se anudan de manera compleja el deseo y el poder y, finalmente, necesidad de un control y de un conocimiento médico externo para arbitrar y regular estas nuevas relaciones entre la vigilancia obligatoria de los padres y el cuerpo tan frágil, irritable, excitable de los niños. La cruzada contra la masturbación traduce la organización de la familia restringida (padres, hijos) como un nuevo aparato de saber-poder. El cuestionamiento de la sexualidad del niño, y de todas las anomalías de las cuales ésta será responsable, ha sido uno de los procedimientos de constitución de este nuevo dispositivo. La pequeña familia incestuosa que caracteriza nuestras sociedades, el minúsculo espacio familiar sexualmente saturado donde fuimos criados y donde vivimos, se ha formado allí.
El individuo "anormal" al que desde el fin del siglo XIX toman en cuenta tantas instituciones, discursos y saberes, deriva a la vez de la excepción jurídico-natural de monstruo, de la multitud de incorregibles en los aparatos de encauzamiento y del secreto universal de las sexualidades infantiles. A decir verdad, las tres figuras del monstruo, el incorregible y del onanista no van a confundirse exactamente. Cada uno se inscribirá en sistemas autónomos de referencia científica: el monstruo en una teratología y una embriología que han encontrado en Geoffroy Saint-Hilaire su primera gran coherencia científica, el incorregible en una psico-fisiología de las sensaciones de la motricidad y de las aptitudes, el onanista en una teoría de la sexualidad que se elabora lentamente a partir de la Psycopathia Sexualis de Kaan.
Pero la especificidad de estas referencias no puede hacer olvidar tres fenómenos esenciales que en parte la anulan o por lo menos la modifican: la construcción de una teoría general de la "degeneración" que a partir del libro de Morel (1857) va a servir a lo largo de medio siglo de marco teórico y al mismo tiempo de justificación social y moral a todas las técnicas de localización, de clasificación y de intervención sobre los anormales. La organización de una red institucional compleja que, en los confines de la medicina y de la justicia, sirve a la vez de estructura de "recepción" de los anormales y de instrumento para la "defensa" de la sociedad. Finalmente, el movimiento por el cual el elemento más reciente aparecido en la historia (el problema de la sexualidad infantil), va a cubrir los otros dos para convertirse en el siglo XX en el principio de explicación más fecundo de todas las anomalías.
La Antiphysis que el terror del monstruo llevaba una vez a la excepcional luz del día, es ahora desplazada por la sexualidad universal de los niños bajo la forma de las pequeñas anomalías cotidianas.

MICHEL FOUCAULT

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